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Plumofobia

El día 17 de mayo se celebra el Día Internacional contra la homofobia, la transfobia y la bifobia, con el propósito de repudiar la discriminación y las vejaciones de que son objeto las personas con orientaciones o identidades sexuales diferentes a las convencionales. La unión hace la fuerza, está claro, pero en ocasiones esas mismas actitudes discriminatorias se producen entre las personas de este lado de la pancarta. Hablamos por ejemplo de la plumofobia.

Tener pluma” es la expresión que coloquialmente se utiliza para referirse a los hombres que muestran actitudes femeninas, es decir, los que no responden a lo que la RAE define como “machote”: Hombre vigoroso, bien plantado, valiente”. La palabra pluma también suele emplearse en relación a las mujeres con aspecto o modales que se consideran poco femeninos. Estas últimas suelen recibir improperios como “camionera” o “marimacho”, mientras que a los primeros se les tilda de “locazas”, siempre con ánimo ofensivo.

Tenemos muy interiorizado, mal que nos pese, que un hombre-hombre ha de ser fuerte, serio, inquebrantable, y no debe mostrar inseguridades ni sentimientos de tristeza o debilidad. Lo mismo que una mujer ha de ser delicada, dulce, frágil y encantadora. Nos lo ha inculcado así el cine, la televisión, el patio del colegio y hasta la propia familia. Y la sociedad suele tolerar mal lo diferente. Esa aversión hacia las personas que no encajan en los estereotipos de género, hombre-masculino y mujer-femenina, es lo que se ha dado en llamar plumofobia.

La plumofobia tiene una particularidad llamativa, y es que se da también dentro del propio colectivo LGTBI+: es un comportamiento opresor dentro de un grupo ya oprimido. En las aplicaciones móviles de contactos es frecuente encontrar mensajes que destacan la masculinidad como virtud que se ofrece o se exige en el otro. Un estudio publicado por la revista inglesa Gay Times revela que el 50 % de los gais sin pluma creen que los homosexuales afeminados dan mala imagen al colectivo. El psicólogo Gabriel J. Martín, por su parte, concluye que la plumofobia dentro del colectivo nace de la homofobia hacia la propia homosexualidad, mientras que otros estudios apuntan a que las vivencias traumáticas a causa de la pluma llevan a disimularla o repudiarla en los demás, a fin de evitar situaciones de rechazo, o incluso de riesgo.

En cualquier caso, aparte del dolor personal que causa el ser objeto de burlas y marginación, la plumofobia tiene consecuencias discriminatorias también en el ámbito profesional. Una respetable empresa que haya de promocionar a uno de sus directivos, además de la profesionalidad de los candidatos, sopesará seguramente si desea queese chico tan poco varonil sea la imagen que la compañía proyecte al exterior…”. Está muy normalizado, por ejemplo, que un gay amanerado presente programas del corazón -porque la frivolidad y el cotilleo son considerados su medio natural –, pero nunca un informativo serio. Del mismo modo que es muy improbable ver una “chica del tiempo” que no sea joven y muy femenina.

Nuestra sociedad ha ido avanzando hasta llegar a acoger y proteger a las personas LGTBI+, pero otra cosa es desafiar las expresiones de género. El tuitero Germán Sánchez afirma con ironíaSer gay está bien, a no ser que se te note”.

Quienes por el mundo pasean su pluma con desparpajo, además de tener todo el derecho a hacerlo, han contribuido y mucho a la visibilización del colectivo y a la consecución de derechos LGTBI+. Es de justicia reconocer su mérito, en lugar de dibujar un triste panorama en blanco o negro. Porque las personas somos de mil colores.

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